sábado, junio 30, 2007

Homenajes




Ha muerto Claudio Giaconni. Lo publicó La Tercera: murió Claudio Yaconi. Así de desapercibido. El Clinic lo sindica como autor de culto. Le presenta respetos en su último número (en contraportada, el titular recorta los brazos del senador Larraín jalándose los cabellos para demostrar que no usa peluquín). El homenaje consta de dos páginas en las que no se dice mucho, como suele ocurrir en las notas necrológicas y como ocurrirá por supuesto en esta entrada de Blog. Murió Giaconni, un escritor de culto de la generación del 50.

Como todo escritor de culto fue un vicio secreto. En particular no mío, de Giaconni sólo leí La difícil juventud y El sueño de Amadeo, en una edición Andrés Bello con prólogo de Edwards. Leo otras latitudes y tiempos. Pero Giaconni es una quemadura en la mano izquierda. Con él murió uno de esos tipos que te dejan consejos para los demás, imágenes para transmitirle a hijos, nietos, alumnos. Merece un homenaje. Y detracito, uno para el que tiraba aquella frase en clases, gruñendo, palmoteando su angustia (agón unamuniano), y que reconocí y comprendí en el cuento de Giaconni que guardo en un rincón para los momentos difíciles, El lector.

Gastón entraba en la sala con su carpeta (parecía un cartapacios), papeles varios y un par de libros bajo el brazo, cruzaba la sala sin mirar a nadie (aunque siempre buscaba las miradas de todos cuando aparecía en el umbral – un segundo, imperceptible – y luego bajaba la vista con un mohín) y arrojaba los papeles sobre el banco. Sus ademanes y saludos eran como de obra de Sieveking, de departamento cerrado. Movimientos rectos. Gastón nos increpaba desde el asiento del profesor con la mano derecha en la frente, tapando toda su pelada, y golpeaba cada cierto tanto la mesa. Sus piernas no alcanzaban bajo la mesa del profesor, así que estiraba una de ellas hacia el costado izquierdo, cual cuadro dadá. Nos arrojaba dardos furiosos, de una moral aparentemente añeja. Nos hablaba de amor, de respeto, de veneración. Se escuchaba en alguno de los pasillos que era un amargado. A algunos les recordaba el profesor Basura de El Ángel Azul. Podía ser. Pero, ¿qué quieren, si se le había muerto el amor de su vida, y no le quedaba más que un hijo que tocaba su guitarra con audífonos? Gastón era un amargado, pero un amargado con toda la razón del universo. Algunos espadazos: no sé si es persona, personero, personajeEsos tipos que arrinconan a las niñitas en la calle, mostrándose todas, sin pudor… y la de Giaconni. La de El lector: UNA MIRADA AL LIBRO, DOS MIRADAS A LA VIDA.

Eso no es Giaconni. Eso es Gastón. Pero ES el cuento de Giaconni que me marcó. Un sujeto lee, en su casa. Está inquieto, no sabe por qué. Toma su libro y se va a leer a una plaza. Allí lee hasta que unos niños con su madre (o su aya, no lo recuerdo) lo comienzan a distraer. La mujer le sonríe. El tipo está hastiado. Le molesta todo. Está intranquilo, sale a leer, no puede. Le molestan las cosas que están más allá de la página, esos niños, esos pájaros, esas cosas que viven alrededor. Y está intranquilo con su vida, no está seguro por qué. Es obvio el por qué.

Y ya que estamos con los homenajes, otro para Javier Moya (compañero del glorioso 4º B del ’98, del MIRBA). No sé qué será de él. A pesar de lo pinochetista, es un tipo que vale la pena. Qué lindo sería volver a verlo, bebernos un vino, abrazarlo. El dijo una vez: su problema, sr. Sandoval, es que usted vive su vida como una novela. Y la vida no es una novela. Lo dijo con ese tono cansino que le caracterizaba, como de abuelo en comida de fundo que habla mientras se guarda el pañuelo en el bolsillo de atrás. Javier tenía mucho de abuelo conservador de clase media: rígido, cuadrado, pero con buenas intenciones. Esas palabras de Javier, los balazos de Gastón, el cuento de Giaconni, son pequeños palitos que llevo en el bolsillo, que de cuando en cuando se me clavan entre las uñas cuando busco algo.

Ha muerto Giaconni. No leí mucho más de él. Guardo otros recuerdos de La difícil juventud. Pero deja lecciones. la escritura atenta, sin ostentaciones, a las mezquindades, a las precariedades, desde un existencialismo cariñoso, sin angustias grandilocuentes, sin (usando una de las palabras favoritas de Gastón) ostentaciones. Giaconni no sólo rescata la dignidad de las vidas mínimas, sino lo trascendental de lo cotidiano, del agón de lo superfluo.

Hay que leer más Giaconni. Aunque en cierto sentido, sus textos están siempre en la calle. Total, murió viviendo los libros que los literatos dejamos de leer, hace muchos, muchos conceptos atrás.

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