viernes, junio 08, 2007

Iluminación oída en un viaje interregional


- ¿Está la ojos bonitos de la Ruti?

A él la Araña no lo vino a despedir. No alcanzó a llegar. Él le avisó por teléfono que su bus ya había salido. Lo vino a dejar la Oreja. La Araña le reclamó. Él la mandó a la cresta. A fin de cuentas qué importaba: él vuelve a su tierra, a Talca. Santiago le cansó. Llama a gritos por su teléfono celular para despedirse de las chiquillas. De un tipo que fue un amigo. No está. Le deja un hermoso recado: que ha sido un gran amigo, que viaja muy agradecido de él por eso, y por todo lo que le dio.

El viaje de él ha sido un viaje clásico (me encantaría saber cómo se llama, pero voy bastante más adelante, y me da un poco de pudor preguntarle – esto no es un tren, no es la misma mecánica de esas novelas tipo Highsmith o Greene, donde los personajes pueden interactuar en los amplios pasillos y las espaciosas butacas. Los buses son pequeñas cárceles. Como los dormitorios de los japoneses). Buscó trabajo en Santiago. Se le acabó el contrato y se peleó con los administrativos. Parece que tiene a su mujer embarazada. La de Talca. Aunque podría ser una prima, la hermana, la tía. Lo que cuento es el relleno que dejan sus silencios por el teléfono y por lo no dicho. El viaje de Vozarrón (pongámosle un nombre) es el viaje del que nos hablan los profesores de historia. La migración campo-ciudad. El viaje de cientos, de miles de chilenos que en su tierra no veían mejores expectativas que raspar algo de la tierra, y que estaban seguros de que para donde vamos (y aún no llegamos, por más que algunos lo piensen) se necesita dinero, así que había que ir a buscarlo a la Capital, donde estaba el maldito.

Son estos Vozarrones los que construyeron muchas de nuestras familias. Somos hijos de estos sujetos. Somos nietos de estos sujetos. Vinieron a buscar un trocito de algo mejor. Al igual que los checos, los árabes, los italianos, los españoles que llegaron a Chile. Somos hijos de una oportunidad. No tenemos muchas diferencias con los Yurazeck, los Paulmann, los Falabella, en ese sentido. La diferencia estuvo en el origen material, no en la etnia, no en la cultura. La historia del abuelo inmigrante pobre, que muchos tratan de construir, es varias veces dudosa. Y estos inmigrantes se reprodujeron en nosotros, en nuestras visiones de mundo. Pero no es el tema de este registro. Me he desviado.

Vozarrón habla ahora con la Rubia. Le cuenta que el Tola-Tola va en un bus que sigue al nuestro. Que no alcanzó a llegar. Que se van a juntar en Talca. Que el (?) los espere, para que se tomen una bebida. Vozarrón ha hablado todo el viaje. Tal vez ahora calle porque se le acabaron los minutos en su celular. Vozarrón está ansioso. Vozarrón vuelve a su tierra. Vuelve donde su señora que está gordita. Vuelve lleno de historias, de dinero, de nueces en una caja. Vuelve porque serán mejores los suyos después del viaje. Qué importa el mal rato con los administrativos. Vozarrón vuelve. Se va a juntar con sus amigos.

El Vozarrón llama a sus amigos, a sus amigas. Que la Rubia se junte con ellos. El Pela, el Gancho, el Perico. Está reuniendo las tropas. Quiere que se junten, para una bebida. Difícil pensar en la gaseosa. Les está avisando que se junten en la Raya, camino a Talca. O a la salida de Talca, no le entendí bien. Que pueden ir todos a la Raya, y de ahí irse a un lugar que suena como a la radio, a club social. Así que se puede imaginar las sillas tipo colegio, esas metálicas, de cholguán revestido con apariencia de pino, y los remaches asomándose para enganchar los pantalones y acabar en su roce con la poca lana que le ponen a los pantalones. Se puede pensar en la radio sonando de fondo mientras se ríen alrededor del causeo, la pichanga, el pollo, la cerveza, el vino, la chicha, el pisco. Se pueden suponer las risas. Vozarrón va a hablar. Tiene cosas que decir sobre Santiago.

Vozarrón me deja helado. El vozarrón me ha seguido por las orejas hasta pegarme un combo en la guata. De esos que te dejan sin aire. Vozarrón le cuenta a una vecina de asiento por qué se marcha de Santiago. Por qué no valía la pena seguir peleando con los administrativos, por qué no quería buscar otra pega allá, aunque la plata era buena, era mejor que en Talca: en Santiago se corre mucho, la gente anda peleando, los jefes presionan mucho. La palabra que usamos es estrés. O Stress. Las palabras de Vozarrón fueron mucho más sabias, mucho más directas: “Al ritmo que corremos, señorita, estamos comprando pasajes derechito pal cielo”. Vozarrón, de nuevo, me deja helado.

Vozarrón vuelve a su tierra porque está cansado. Porque ama. Vozarrón sabe que las cosas en su tierra son “otra cosa”. Necesita descansar, aunque vuelva a trabajar. En su tierra las cosas se hacen de manera distinta. En el ritmo de Santiago, Vozarrón está agobiado. Vozarrón vuelve a vivir.


***

Me imaginaba a Vozarrón viejo, chico, colorado, correoso, con las manos grandes, cortas y ásperas. No. Vozarrón era un hombre cercano a los cincuenta, fibroso, joven, flaco. No tenía cara ni de muy vivido ni de sabio. Era un hombre normal. Un hombre que contempla las fuerzas a su alrededor. Un hombre con un poco de jiba, tal vez porque lo han mandado mucho. Quise despedirme de Vozarrón. Quise pedirle que siguiera contando su historia a los santiaguinos, como lo hacía con su vecina. Que no se callara, que nos siguiera hablando, porque Vozarrón era un hombre sabio. No era la Arcadia, ni Avalon lo que escuchaba, no el tópico de la Edad de Oro con su mala conciencia, con su conservadurismo. Era la vida. No la vida para hacer cosas. Era la vida para contemplar, amar, vivir.

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