sábado, junio 30, 2007

Homenajes




Ha muerto Claudio Giaconni. Lo publicó La Tercera: murió Claudio Yaconi. Así de desapercibido. El Clinic lo sindica como autor de culto. Le presenta respetos en su último número (en contraportada, el titular recorta los brazos del senador Larraín jalándose los cabellos para demostrar que no usa peluquín). El homenaje consta de dos páginas en las que no se dice mucho, como suele ocurrir en las notas necrológicas y como ocurrirá por supuesto en esta entrada de Blog. Murió Giaconni, un escritor de culto de la generación del 50.

Como todo escritor de culto fue un vicio secreto. En particular no mío, de Giaconni sólo leí La difícil juventud y El sueño de Amadeo, en una edición Andrés Bello con prólogo de Edwards. Leo otras latitudes y tiempos. Pero Giaconni es una quemadura en la mano izquierda. Con él murió uno de esos tipos que te dejan consejos para los demás, imágenes para transmitirle a hijos, nietos, alumnos. Merece un homenaje. Y detracito, uno para el que tiraba aquella frase en clases, gruñendo, palmoteando su angustia (agón unamuniano), y que reconocí y comprendí en el cuento de Giaconni que guardo en un rincón para los momentos difíciles, El lector.

Gastón entraba en la sala con su carpeta (parecía un cartapacios), papeles varios y un par de libros bajo el brazo, cruzaba la sala sin mirar a nadie (aunque siempre buscaba las miradas de todos cuando aparecía en el umbral – un segundo, imperceptible – y luego bajaba la vista con un mohín) y arrojaba los papeles sobre el banco. Sus ademanes y saludos eran como de obra de Sieveking, de departamento cerrado. Movimientos rectos. Gastón nos increpaba desde el asiento del profesor con la mano derecha en la frente, tapando toda su pelada, y golpeaba cada cierto tanto la mesa. Sus piernas no alcanzaban bajo la mesa del profesor, así que estiraba una de ellas hacia el costado izquierdo, cual cuadro dadá. Nos arrojaba dardos furiosos, de una moral aparentemente añeja. Nos hablaba de amor, de respeto, de veneración. Se escuchaba en alguno de los pasillos que era un amargado. A algunos les recordaba el profesor Basura de El Ángel Azul. Podía ser. Pero, ¿qué quieren, si se le había muerto el amor de su vida, y no le quedaba más que un hijo que tocaba su guitarra con audífonos? Gastón era un amargado, pero un amargado con toda la razón del universo. Algunos espadazos: no sé si es persona, personero, personajeEsos tipos que arrinconan a las niñitas en la calle, mostrándose todas, sin pudor… y la de Giaconni. La de El lector: UNA MIRADA AL LIBRO, DOS MIRADAS A LA VIDA.

Eso no es Giaconni. Eso es Gastón. Pero ES el cuento de Giaconni que me marcó. Un sujeto lee, en su casa. Está inquieto, no sabe por qué. Toma su libro y se va a leer a una plaza. Allí lee hasta que unos niños con su madre (o su aya, no lo recuerdo) lo comienzan a distraer. La mujer le sonríe. El tipo está hastiado. Le molesta todo. Está intranquilo, sale a leer, no puede. Le molestan las cosas que están más allá de la página, esos niños, esos pájaros, esas cosas que viven alrededor. Y está intranquilo con su vida, no está seguro por qué. Es obvio el por qué.

Y ya que estamos con los homenajes, otro para Javier Moya (compañero del glorioso 4º B del ’98, del MIRBA). No sé qué será de él. A pesar de lo pinochetista, es un tipo que vale la pena. Qué lindo sería volver a verlo, bebernos un vino, abrazarlo. El dijo una vez: su problema, sr. Sandoval, es que usted vive su vida como una novela. Y la vida no es una novela. Lo dijo con ese tono cansino que le caracterizaba, como de abuelo en comida de fundo que habla mientras se guarda el pañuelo en el bolsillo de atrás. Javier tenía mucho de abuelo conservador de clase media: rígido, cuadrado, pero con buenas intenciones. Esas palabras de Javier, los balazos de Gastón, el cuento de Giaconni, son pequeños palitos que llevo en el bolsillo, que de cuando en cuando se me clavan entre las uñas cuando busco algo.

Ha muerto Giaconni. No leí mucho más de él. Guardo otros recuerdos de La difícil juventud. Pero deja lecciones. la escritura atenta, sin ostentaciones, a las mezquindades, a las precariedades, desde un existencialismo cariñoso, sin angustias grandilocuentes, sin (usando una de las palabras favoritas de Gastón) ostentaciones. Giaconni no sólo rescata la dignidad de las vidas mínimas, sino lo trascendental de lo cotidiano, del agón de lo superfluo.

Hay que leer más Giaconni. Aunque en cierto sentido, sus textos están siempre en la calle. Total, murió viviendo los libros que los literatos dejamos de leer, hace muchos, muchos conceptos atrás.

miércoles, junio 27, 2007

Atlas y mi ánimo

Hace mucho tiempo que no escribo nada,
en ningún ámbito de mi vida
(salvo los garabatos en la pizarra de la sala de clases).
Creo
que la mejor
explicación es
i
m
a
g
i
n
a
r:

Atlas con un desgarro en el omóplato
gripe
una hormiga caminándole por el culo
y TODOS los chinos saltando al MISMO tiempo.

No hay quien aguante.
Esta nota es sólo para no perder el hábito, que en este caso sí hace al monje.






(me he vuelto un quejica. a ver si posteo algo interesante pronto)

jueves, junio 21, 2007

Apología del idiota (Opiniones de un payaso)


No hay por donde. Cuando te mantienes fiel a un pasado que no quiere volver, que desea ser pasado, que dejó de amar el presente y pone alfileres en su ser-fue-pasado. No hay por donde cuando queda la ritualidad, los respetos y las preferencias. Cuando tu boca te deja amarrado a la brida, para siempre, y pasan los posibles, y tú eliges la herida, el terreno que ya no fue, que no quiso ser, que no ama ni desea pero que tiene su altar en la memoria, con flores de todos colores. Como leído hoy en El caballero del león, mi señor Yvain y yo heridos con la peor de las venganzas, cuando Amor te deja clavado de la jeta a una posta pasada, y caminas anteojado hacia la espalda.

Y dejas pasar. Y dejas pasar. El mundo te guiña el ojo, entibia el sol, te sonríe. Puede construirte un cuento de raigambre surrealista a partir de las yuxtaposiciones, todas deliciosas (el gesto, el sombrero, la mirada, el ringtone). Y tú te callas. Y te pones los audífonos. Y te excusas. Y dejas pasar. (agita la mano para despedirse. sonríe. y tú ya abajo en la micro como otra cosa que ya pasó)

No hay apología. No tiene nada de bonito. Quizá algo de ejercicio espiritual . Fitness to Masoch.

miércoles, junio 20, 2007

La edad de la sorpresa

Temores

A veces
las gatas
tienen
perritos



- Y eso nomás, señor? buh, qué fome.

Pasaron de inmediato a otro canal. y luego a otro. Esta anécdota pedagógica agregaría temores a Gonzalo Millán. Y a cualquiera.

martes, junio 19, 2007

Por el alma de un inocente


Es un gesto inútil, vano en el ajetreo y el devenir. Pero dejo testimonio por un pobre gatito muerto. Lo atropellaron en Macul con Los Alerces. Quedó vivo. Lo fuimos a recoger con una señora para que no lo reventaran los autos. Nos miró agradecido, y de a poco se fue apagando mientras desplegamos su cuerpo en la tierra. Nuestro acto de decencia y dignidad fue lo último que experimentó en la tierra. Murió tranquilo.

No pude hacer más. Tuvo que quedar ahí, un cadáver en la separación de las vías. Espero que haya una posta de solidaridad, y recojan su cuerpo. No quisiera que algún imbécil lo chuteara al medio de la calle, sólo para ver cómo lo despedazan.
Siento que no podía dejarlo así.
Esto es un pequeño homenaje al gato desconocido. Todos somos gatos desconocidos.

martes, junio 12, 2007

Solo Bertoni


Acabo de empezar la lectura de Bertoni. A mis amigos no les gusta. Poesía ramplona. Poesía rasca. No recuerdo la palabra que usó uno de ellos. Son poetas, siempre encuentran la palabra precisa. Yo no: a patadas con una narrativa de una poética a definir - que me guardo en secreto aunque se me adelanten cada día que pase yo en silencio -, nunca encuentro la palabra adecuada.

Estoy de acuerdo con ellos. Rasca. Pero no me parece necesariamente negativo. Por supuesto que no es Quevedo con sus sonetos al ojo del culo, pero algo de ello tiene. La exaltación del acto de contemplación de un culo puede llevar a una sublimación de la experiencia cotidiana. Aunque siga sonando rara la palabra poto, la palabra chuchetumare, impresas en un libro de poesía. Precisamente porque son actos del diario vivir, son parte de la sublimidad de la esencia del mundo que se encuentra en todo. Tal vez resabio del Tao a partir del Zen (me dicen que Bertoni por esos lares anda).

La impresión de la primera lectura me lleva a otro lado: la poesía del desamparo, la poesía de la absoluta precariedad. La poesía de la contemplación de nuestra vida normal (¡qué más ramplón que la vida cotidiana!) en la absoluta soledad (DE PURO SOLO / saludo a mi cama/ antes de acostarme) y la miseria, la vagancia que genera ese vacío - como el del monje pobre que anda por los caminos, junto con un perro (principio de soledad por identificación: Salí a caminar antes que oscureciera/ estuve casi una hora sentado enla plaza pedro de valdivia/ un perro color barquillo se me acercó y me lamió la mano/ yo le hice cariño y se tendió a mi lado/ minutos después lo despertó una sirena de incendios/ calculé que se hubiera dormido/ me levanté con cautela y me fui), agradeciendo las pequeñas interrupciones pasajeras. El paralelo, el relleno del hueco (el brazo cuidadoso que cuida el sueño de la que deseamos para toda la vida), la poesía como un indicio miserable de todo lo que está detrás. Qué nos queda en la soledad más que un recuerdito dulzón, muy penca e inconfesable (pequeñas tablas que flotan, y por eso bellas y dignas de recuerdo)

PIES
de noche

cuando tú duermes
a un lado de la cama
y yo en el otro

juntamos las plantas
de los pies

Lo que me resulta precisamente atractivo es esa iluminación de lo cotidiano con momentos trascendentes absolutamente simples, con un lenguaje sencillo, casi ingenuo, experiencia pura, cosismo extremo en el desamparo. Siento placer con esa vulgaridad tan imaginante, precisamente porque es el primer acceso a una experiencia indecible y vulgar.

nadie con quien compartir
esta hermosa mañana

en vez de llorar de gusto
dan ganas de llorar de pena

Generar la imagen casi sin la intervención del lenguaje. La honestidad de la contemplación. La pura experiencia cotidiana, la poesía de la situación, de la mendicidad de experiencia trascendente en las cosas más vulgares (purificación en la contemplación del cuerpo)

SUCEDE
que uno se vuelve a mirar
un pantalón redondeadito
y choca con un poste

que uno se sienta en la cuneta
se desabotona el último botón de la camisa
deja los libros en el suelo
se toma la cabeza entre las manos
suspira
y no da más

Me impresiona la soledad de Bertoni. El chopazo que golpea la mesa, el sorbo de la espuma en la boca, la mirada fija en la mesa, y la palabra que a veces hemos dicho: viejito, estoy más solo que la mierda. que la mierda...


Prosaica. Uno de mis amigos dijo que era prosaica.

Manuscrito hallado en un blog que no existe


Cuando pases por esta página
deja al menos un graffitti
para estar igual de solo
que la mierda

viernes, junio 08, 2007

Iluminación oída en un viaje interregional


- ¿Está la ojos bonitos de la Ruti?

A él la Araña no lo vino a despedir. No alcanzó a llegar. Él le avisó por teléfono que su bus ya había salido. Lo vino a dejar la Oreja. La Araña le reclamó. Él la mandó a la cresta. A fin de cuentas qué importaba: él vuelve a su tierra, a Talca. Santiago le cansó. Llama a gritos por su teléfono celular para despedirse de las chiquillas. De un tipo que fue un amigo. No está. Le deja un hermoso recado: que ha sido un gran amigo, que viaja muy agradecido de él por eso, y por todo lo que le dio.

El viaje de él ha sido un viaje clásico (me encantaría saber cómo se llama, pero voy bastante más adelante, y me da un poco de pudor preguntarle – esto no es un tren, no es la misma mecánica de esas novelas tipo Highsmith o Greene, donde los personajes pueden interactuar en los amplios pasillos y las espaciosas butacas. Los buses son pequeñas cárceles. Como los dormitorios de los japoneses). Buscó trabajo en Santiago. Se le acabó el contrato y se peleó con los administrativos. Parece que tiene a su mujer embarazada. La de Talca. Aunque podría ser una prima, la hermana, la tía. Lo que cuento es el relleno que dejan sus silencios por el teléfono y por lo no dicho. El viaje de Vozarrón (pongámosle un nombre) es el viaje del que nos hablan los profesores de historia. La migración campo-ciudad. El viaje de cientos, de miles de chilenos que en su tierra no veían mejores expectativas que raspar algo de la tierra, y que estaban seguros de que para donde vamos (y aún no llegamos, por más que algunos lo piensen) se necesita dinero, así que había que ir a buscarlo a la Capital, donde estaba el maldito.

Son estos Vozarrones los que construyeron muchas de nuestras familias. Somos hijos de estos sujetos. Somos nietos de estos sujetos. Vinieron a buscar un trocito de algo mejor. Al igual que los checos, los árabes, los italianos, los españoles que llegaron a Chile. Somos hijos de una oportunidad. No tenemos muchas diferencias con los Yurazeck, los Paulmann, los Falabella, en ese sentido. La diferencia estuvo en el origen material, no en la etnia, no en la cultura. La historia del abuelo inmigrante pobre, que muchos tratan de construir, es varias veces dudosa. Y estos inmigrantes se reprodujeron en nosotros, en nuestras visiones de mundo. Pero no es el tema de este registro. Me he desviado.

Vozarrón habla ahora con la Rubia. Le cuenta que el Tola-Tola va en un bus que sigue al nuestro. Que no alcanzó a llegar. Que se van a juntar en Talca. Que el (?) los espere, para que se tomen una bebida. Vozarrón ha hablado todo el viaje. Tal vez ahora calle porque se le acabaron los minutos en su celular. Vozarrón está ansioso. Vozarrón vuelve a su tierra. Vuelve donde su señora que está gordita. Vuelve lleno de historias, de dinero, de nueces en una caja. Vuelve porque serán mejores los suyos después del viaje. Qué importa el mal rato con los administrativos. Vozarrón vuelve. Se va a juntar con sus amigos.

El Vozarrón llama a sus amigos, a sus amigas. Que la Rubia se junte con ellos. El Pela, el Gancho, el Perico. Está reuniendo las tropas. Quiere que se junten, para una bebida. Difícil pensar en la gaseosa. Les está avisando que se junten en la Raya, camino a Talca. O a la salida de Talca, no le entendí bien. Que pueden ir todos a la Raya, y de ahí irse a un lugar que suena como a la radio, a club social. Así que se puede imaginar las sillas tipo colegio, esas metálicas, de cholguán revestido con apariencia de pino, y los remaches asomándose para enganchar los pantalones y acabar en su roce con la poca lana que le ponen a los pantalones. Se puede pensar en la radio sonando de fondo mientras se ríen alrededor del causeo, la pichanga, el pollo, la cerveza, el vino, la chicha, el pisco. Se pueden suponer las risas. Vozarrón va a hablar. Tiene cosas que decir sobre Santiago.

Vozarrón me deja helado. El vozarrón me ha seguido por las orejas hasta pegarme un combo en la guata. De esos que te dejan sin aire. Vozarrón le cuenta a una vecina de asiento por qué se marcha de Santiago. Por qué no valía la pena seguir peleando con los administrativos, por qué no quería buscar otra pega allá, aunque la plata era buena, era mejor que en Talca: en Santiago se corre mucho, la gente anda peleando, los jefes presionan mucho. La palabra que usamos es estrés. O Stress. Las palabras de Vozarrón fueron mucho más sabias, mucho más directas: “Al ritmo que corremos, señorita, estamos comprando pasajes derechito pal cielo”. Vozarrón, de nuevo, me deja helado.

Vozarrón vuelve a su tierra porque está cansado. Porque ama. Vozarrón sabe que las cosas en su tierra son “otra cosa”. Necesita descansar, aunque vuelva a trabajar. En su tierra las cosas se hacen de manera distinta. En el ritmo de Santiago, Vozarrón está agobiado. Vozarrón vuelve a vivir.


***

Me imaginaba a Vozarrón viejo, chico, colorado, correoso, con las manos grandes, cortas y ásperas. No. Vozarrón era un hombre cercano a los cincuenta, fibroso, joven, flaco. No tenía cara ni de muy vivido ni de sabio. Era un hombre normal. Un hombre que contempla las fuerzas a su alrededor. Un hombre con un poco de jiba, tal vez porque lo han mandado mucho. Quise despedirme de Vozarrón. Quise pedirle que siguiera contando su historia a los santiaguinos, como lo hacía con su vecina. Que no se callara, que nos siguiera hablando, porque Vozarrón era un hombre sabio. No era la Arcadia, ni Avalon lo que escuchaba, no el tópico de la Edad de Oro con su mala conciencia, con su conservadurismo. Era la vida. No la vida para hacer cosas. Era la vida para contemplar, amar, vivir.

La intervención musical del flaite



Como todos los días, iba en el microbús mirando por la ventana, prestando atención indistintamente al paisaje, a los pasajeros que subían y a la revista que sostenía entre mis manos (en este caso, el diario Ñ, del [¿?]). Más o menos a la altura de Plaza Baquedano (o Italia) se subió un grupo de jóvenes. Pelo cortado con pifias voluntarias, pantalones anchos, caídos, mostrando los calzoncillos, sus grandes zapatillas blancas de dibujo animado, sus polerones amplios, con todas las X posibles delante de la L, sus gorros de lana hasta bajo las cejas, sus medallones. Según la categorización de algunos de mis alumnos, flaites. Un par de señoras, un joven profesional liberal, un par de muchachas, mi vecino, los miraron con desconfianza. En mi intento de no prejuzgar, logrado en esa circunstancia, no lo hice. Ecce cor meum en el mp3 me tenía relajado, vinculado con el mundo y su spiritus lead us to love. Sí, estoy procurando amar el mundo en toda circunstancia. Los cercanos, si quieren, llámenlo compensación. El contexto era fácil para lograr tal cometido: iba sentado cómodamente en la micro, a pesar del día frío caía un calorcillo por el sol en la ventana, mi vecino no ocupaba mucho espacio de mi asiento, había comido bien y dormido estupendamente la noche anterior, me habían coqueteado en el bus, regalado un pastel extra, en fin: placidez. Como estamos en occidente y tanta bondad se vuelve aburrida, aquí viene el pero: se agotó la batería del reproductor. Olvidé cargarla. Así que tras la angustia del destete, los sonidos del mundo entraron a raudales en mi círculo de luz. El rugido del motor, las conversaciones ajenas, confundiéndose en ruido, los bocinazos. Desocupados lectonautas, ustedes lo conocen cuando no están frente a la pantalla. Del medio del pasillo de esa micro antigua, sin parlantes en cada cinco pares de asientos, salía un reggaetón bien saboreado, rasposo, desde un pequeño aparato (no sé si un celular o un reproductor portátil con parlantes) en la mano de uno de los jóvenes flaites. Caliente y agresivo, nada más alienu a la sinfonía romántica inglesa que venía escuchando, la violencia del reggaetón me sacó definitivamente de mi estado de placidez. Me carga: desde por razones éticas como su tratamiento de la mujer o la moral más penca de la supervivencia callejera, hasta por su ritmo.

Mi primer impulso fue putear internamente a "estos flaites" que "no respetan a nadie" y "se comportan como animales" en un "espacio social". El primer impulso de la resignación son la queja y el odio, que lleva a la derrota. En eso estaba cuando me pillo con esta línea de la documentalista Tellas en un artículo sobre los artistas amateur del Suplemento Ñ nº 166, a propósito de la identidad y la función artística de estos actos "no profesionales" del arte:
"Venimos de muchos años de ser excluidos de todo, inclusive de la propia vida, por eso hay en estas manifestaciones como un reconocimiento de la vida, de la experiencia de las personas, que podrían ser cualquier persona".
Si bien sin lugar a dudas una sobreinterpretación, pues lo más probable es que no sea consciente, la línea me hizo click con la invasión musical del reggaetón que experimentaba la micro, con los rayados que violentaban el vidrio (instrumento de acceso al mundo externo en ese constructo cerrado que es el bus), con los tags en las murallas, el rayado de la barra proleta de la UC en esas casitas de Apoquindo, el auto enchulado... ¿Qué son sino un intento de visibilidad dentro de la exclusión urbana? Nuestro primer impulso fue atemorizarnos de un grupo de flaites que se subieron a la micro. Nuestro primer impulso es jerarquizar, negar, destruir a lo distinto. Monstrificar.
Es molesto, no lo niego, el acto de invasión. Pero en este caso, ¿por qué? Al fin y al cabo es sólo música que no me gusta. Una mancha en mi pared, el linde y la fachada de mi propiedad. ¿Es un atentado contra lo público y lo privado? En ese toque, el color verde espantoso de la casa de mi vecino es un atentado contra mi gusto. Qué decir de los paraderos del Transantiago, o de la violencia de la gente cuando compra el pan en el supermercado. ¿Por qué no hacer un giro integrativo y tratamos de escuchar ese mensaje no consciente, pero si voluntario e intencional, es decir, sí productor de información y sí con un propósito determinado? ¿Por qué no aceptar el gesto? De alguna forma algunos deben hablar. Es una perorata de existencia. Les hemos excluido de la vida material, de la vida simbólica, de la cultural.Creo que el acto de oír es el primer paso para que el otro complete su acto de ser-sí. Al fin y al cabo, somos seres que vivimos en el lenguaje. Lenguajeamos, diría un bigotudo muy amable.

lunes, junio 04, 2007

Show me the money

(Preprise)

OK. Estoy enfadadísimo. Por alguna extraña razón, tengo un problema con java en mi explorador, y acabo de perder un largo comentario sobre esta página. A ver si me animo a reproducirlo más tarde, por ahora, sólo diré que el final de este artículo sobre la experiencia de Sarah Griffin de la depresión de su padre, me dio algo de asco metafísico. Infieran el por qué (ese verbito preuniversitario...):


Sarah Griffin's childhood diary on coping with her dad's depression and his death Social care SocietyGuardian.co.uk

domingo, junio 03, 2007

vaiven

Mmmm. La depre tiene algunos rasgos similares a los de la borrachera: uno no recuerda ni el cómo ni el por qué de ciertas cosas que luego reconoce que jamás debió haber hecho. Como la nota de anoche. Ahora que reviso el escrito me siento como si despertase en un lugar desconocido, con alguien desconocido (he ahí por qué no debería haber pasado). Pues bien. A lo hecho, pecho. Sigo de acuerdo con algunas frases y un par de imágenes. Por lo tanto, seré político y sólo diré que la nota fue publicada por un error de mi secretaria, que hay muchas cosas que dictó un asesor si mi consentimiento.

Volvamos al propósito por el cual abrí este blog. Recupero, a propósito de, esta nota de una entrevista a Humberto Maturana:

Amor-Amar (el sustantivo detiene, el verbo hace referencia al fluir, al suceder): Una persona dice que alguien tiene una conducta amorosa cuando ve que alguien se conduce de modo que a través de lo que él hace, él mismo surge en su legitimidad con él o con ella, es decir, el amar es el modo de relacionarse en el cual el otro no tiene que disculparse por ser. En el cual la actitud de uno no antepone un prejuicio, una expectativa o una exigencia en la relación, y abre, por lo tanto espacio para que aparezca lo que quiera que pueda aparecer.

sábado, junio 02, 2007

con ánimo de engrudo

Estoy en Rancagua, solo, escuchando las evoluciones de un camión de basura procesando su recolección, interrumpido de cuando en cuando por la sirena de un tren que no acaba de pasar (¿es tanto el silencio que se escucha la línea tan distante o es que me lo imagino como acorde necesario para una noche y una imagen como ésta?). Estoy en un departamento del centro, el equivalente a un departamento en Portugal, es decir, cerca de todo pero donde no pasa nada. Y peor. Nada. Rancagua es una ciudad muerta de noche. Por lo menos lo que alcanzo a conocer. Me han sugerido un par de tugurios, todos paquetones, todos con una decencia cínica. Enfrente hay un café, el Haití, por lo que me cuenta Nicolás, un café pretencioso, donde va el jet-set de Rancagua. Es como cualquier café de Providencia, pero grande. Una especie de Tavelli pero sin pretensiones de diseño (y bastante más barato, por cierto). Una especie de Tavelli con lomos a lo pobre. Uhm. Ando un tanto disoluto. Creo que es el síndrome de abstinencia. Ya ni siquiera soy un chispazo de mí mismo. Creo que queda algo así como el susurro del flúor de un sticker de papa frita. Es el problema de las malas elecciones.
Hablando de idiotas. Uno acaba de quemar neumáticos en la esquina. Zopilotes. Como si con eso se volvieran más hombres, o más interesantes. Nunca he entendido esa admiración adolescente por la imbecilidad. Ni cuando era (¿?) imbécil ni cuando adolescente. Esa predilección por la risa idiota. Por el acto idiota.
Actos idiotas. Como dejarla partir por estar tu vida sentado al borde la cama con la mano en las sienes mirándote la punta de los pies. Y tus “problemas”. Al final de eso se trata todo esto. Este mes de mayo que Elliot se equivocó y puso en abril.
De eso se trata todo esto. De las malas elecciones. Había que soltarlo. Esto ni siquiera debería pertenecer aquí. Fue un mal striptease.







como si alguien leyera esto