miércoles, julio 04, 2007

Dos casos de Lyon con Providencia


Antiguo territorio de aventura escolar. Lyon con Providencia continúa como sitio de sorpresas. Distintas a las de cabro que se busca y se siente raro y va a lugares alternativos para adquirir cosas que le ofrece el mercado para identificarse y ser distinto. Ahora voy a pagar cuentas, a otros lugares de objetos suntuarios y simbólicos necesarios para mi vida, y, sobre todo, ando de voyero, parando las orejas y mirando a los actuales adolescentes en su terreno, configurando su campo, corporalizándose como signos, a los oficinistas, a los nuevos, jóvenes profesionales, que no han cambiado en nada su territorialidad desde pendejos, sólo con objetos distintos (nada muy distinto a lo mío, tal vez la diferencia sea el tipo de ombligo), y a la gente, como se comporta en esa vitrina que debe durar un buen número de manzanas, entre Pedro de Valdivia, la costanera, Suecia y Providencia. Pero el lugar no es el tema. Tal vez pronto lo sea. Hoy no. Hoy son casos. Ahora el registro:

1. Pololear(me) en la adolescencia.




Fast scene: Corriendo para variar, paro en el Mcdonald's (sí, lo sé, supersizeme/globalización/fckngyankisgohome y todo lo demás, pero qué carajo, me gustan esas mierdas que se comen en menos tiempo que lo que se compran) y me trago una hamburguesa. Como no traía cargado el mp3, las orejas estaban absolutamente abiertas. Y me encuentro con la siguiente escena frente al espejo:
Un cabro, con esas zapatillas tamaño mono japonés (se infiere todo lo demás no?), echado en el asiento, conversa con su polola (?), escolar, montgomery corto, faldita plisada (bien ché todo). El tema: el nuevo peinado de la niña. O sea, uno de los pilares de la tierna edad, la imagen. Es interesante cómo construyen el yo en el cuerpo. Como imagean el yo posible.

-Esa foto que me mandaste me gustó caleta, la subí al flog. Parecíai otra mina. No sé, el pelo, la cara más larga, como los ojos más chicos, realmente otra mina. Me gustai más en la foto. (la niña, mientras, va poniendo cara de sorpresa, de disgusto, de pena - era que no-)
- Cachai lo que me estai diciendo.
- Eh
[aquí se viene. lo terminan por pelotudo]
- Tu creí?
La niña se toma el pelo, desarma su espantoso jopo, lo vuelve a armar.
- Mmm. Demás
- Me gusta la de la foto.






2. Art attack




En la fila del colectivo (frente al Lápiz López del Mall Panorámico) una chica y su pololo me miran con ojos de plato, no sé si por las barbaridades de mi conversación por celular o por haber nombrado a Baricco en medio de las barbaridades. La chica (para variar, como deben ser las mujeres en todo texto, de extraña belleza: pálida, manos que han trabajado - aunque delicadas, curtidas -, ojos grandes, ligeramente asomados a su rostro largo, delgado, hacia adelante, olfativo. La llaman: voz cariñosa, de niña, ligeramente arrastrada, como de gritar demasiado jugando. Melena corta, Juana de Arco, tal vez Nadja, garçonniere sin fatalidad, abrigo largo, pantalones anchos, botas cortas), ameliana, se entierra en los brazos del pololo (siempre me ha parecido un gesto corporal sencillamente amatorio).
Cuando su novio la deja, se queda mirando por encima - no desdeñosa, sino con esos centímetros de flote que da la música - durante mucho rato, comiendo la escena. Luego, llena el no-hacer de la fila con el intempestivo acto de abrir su mochila, sacar un paquete de té verde chino en bolsitas, y rotular cada uno de los sobres con bolsitas de té con un lema de múltiples lecturas: Mierda, mierda, mierda. Realismo 2007, con una caligrafía dificultosa entre infantil y segura, encuclillada, subterfugial, se arroja la niña campanita a su reto; a su gesto antisistémico; a su intervención contra el new age que - lee - el - tao - pero - se - olvida - de - que - no - se - puede - ser - espiritual - si - el - cuerpo - está - insatisfecho, su mensaje oculto contra los antioxidantes, la necesidad de configurar el mundo a su manera. La niña bella de corte garçonniere (Alicia Liddell tal vez) habla por teléfono mediante su voz aventurera y avisa que se va a bajar. Hace rato que vamos en el colectivo y dejamos ese cuadrante atrás. Aunque como lo llevo escribiendo todo el viaje, me quedo pegado y le entrego un papel para que vea el blog, que hablaré de ella, en un gesto de materializar el retrato (que ella debe haber leído como la sicopatía más atroz, que lo más seguro es que no lo vea y llame al pololo y a carabineros), en un gesto que sólo se hace en ciertos lugares de Santiago, en ciertos sitios de confluencia e inflexión, ciertas heterotopías que construyen nuestras ciudad: el recién descrito, el Paseo Ahumada, Mapocho, Merced, la Estación Central, Balmaceda, en fin. Los escenarios para los personajes. Al fin y al cabo se trata de los personajes. Siempre se dan en un no-lugar. O en un lugar elucubrado. Como este texto, y su lectura.

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