miércoles, julio 11, 2007

Al estilo de Miguelanxo Prado


La luz mortecina cruza de la puerta a la barra del bar. El hombre se acoda, sediento.
-¿Qué quieres?
-Lo de siempre. ¿Es muy tarde?
-Sí.
-¿No vas a darme nada?
-No, nada más. Te está haciendo daño.
-¿Eso es lo que crees o lo que te han dicho?
La mujer saca las borras que quedan. El trapo parece una extensión de su brazo. Sirve un corto, se lo deja. Le mira:
-Sabes que ya no se puede más.
El hombre toma la copa al seco. Chasquea.
-¿Entonces no hay otra? ¿Ninguna más?
-No. Lo siento. De verdad lo siento.
El hombre golpea la barra y maldice para sus adentros. Se levanta, limpia su boca con el puño y se marcha, cayendo su voz, la cuenta y nuevas gotas en la barra del bar:
-Pudimos ser felices, no es cierto?
El paño se detiene. El reflejo se interrumpe por unas gotas de sal.

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