lunes, octubre 09, 2006

Cabaret

L@s feministas tienden a criticar el cabaret en tanto lugar donde se desarrollan actividades abusivas o vejatorias de lo femenino. Claro que sí. Sin embargo, y aunque sonaré a macho recalcitrante y grasoso, fálico y centralista, no me parece tan malo, es más, me gusta el cabaret. El cabaret es portador, a pesar de todo, de cierta belleza, se comporta como un continente estético, parafraseando a Foucault, una Erotopía. Es un sitio en que el hombre (aunque también la mujer, en cierto grado) acude con el fin de conseguir placer y belleza, voluptuosidad (poner vínculo con RAE), a saturarse de ella. No confundir con la prostitución, cultural y éticamente más compleja de tratar. Un cabaret no es una casa de putas. Un cabaret es un sitio de seducción fundamental. Es puro goce de los sentidos. Si el miserable varón acude a airear su masculinidad y a tratar de dar uso a su miembro congestionado, eso es otra cosa y no tiene que ver en sí mismo con el cabaret, con el sitio. El cabaré, como lo prefiere el orden de nuestro idioma, es definido como “lugar de esparcimiento donde se bebe y se baila y en el que se ofrecen espectáculos de variedades, habitualmente de noche”. No es un prostíbulo. Al cabaret se acude a por el espectáculo, por el show de “increíbles chicas” y de notables “estrellas internacionales”. De ahí que el acto vejatorio más brutal contra la dignidad femenina no sea la mirada untuosa y eréctil sobre el cuerpo desnudo; no sea el agarrón gratuito que propina el peneloco ante la entrevista seductora; ni sea la comercialización efectiva del objeto cosificado del placer (es decir, la incapacidad del espectador de asumir el placer del acto de mirada y la reconstrucción de los indicios que porta, sino que tenga que llegar a la corporalidad necesaria conque construye el acto - señores, lo rico no está sólo en meterla). El acto vejatorio más brutal, a mi parecer - y consensuado con Isidora, Jaqueline, Fiona y Martina –, es la cosificación del espectáculo, el patentizar a la bailarina que no es tal, sino que es una cosa obviable, un objeto que yo puedo desechar, negar y burlar, manipular y luego arrugar como desecho. La chica de cabaret no es una bailarina. No es una dama de compañía. Es una seductora. Es la seducción lo que define a la cabaretera. El baile, la mirada, la conversación, incluso la desnudez (que parece negar la sensualidad ante la mera exposición), son las armas de su acto artístico que nos construye el placer como espectador de presenciar su acto y el placer para ella de realizarlo (esto documentado con las anteriores). El juego con los códigos y la plasticidad del acto la construyen como artista (mucho más que aquellos músicos o pintores que se adjudican tal nombre), y la negación de aquello indigna más a la bailarina que la violencia que ejercería la masculinidad sobre ellas. He aquí el atentado celeste. La anécdota y el cierre de este artículo, próximamente en “Plátanos Orientales”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario