sábado, abril 03, 2010

Afirmado en un recodo del tobogán.

Diario personal: Octubre de 2009


"Hace un tiempo escribí en alguna libreta un microcuento. Un sujeto estaba frente al poder, e iba a hablar. De pronto la lengua se le comenzaba a hinchar dentro de la boca, y se le iba hacia atrás, y le ahogaba. Es de la época en que empecé a dejar de escribir. Esa sensación se mantiene. Muchas veces dormida. Pero sigue ahí, infectándome. Es como un bicho. Un bicho que de seguro escribió Quiroga. O que bien podría escribir Quiroga. Para el caso de las influencias es lo mismo. Siguen ahí. Siguen sin dejarme hablar. A veces pienso que se alojó en el hipotálamo, porque desde entonces siento que lo aprietan, bloqueando las emociones."

La escritura es un acto en primer término de imaginación. Y para eso hay que volver a las sensaciones y emociones más básicas, a esa parte infantil o adolescente que patea enfadada sobre la boca del estómago o sobre la garganta en el día a día. La escritura es un acto intelectual, pero el intelecto le sorbe al arte cuando está en germen. La escritura solo puede ser intelectual al momento de la revisión, del tarjar. Pero el torrente debe ser básico, no lleno de diques que al fin y al cabo son externos. El problema está en que en el campo intelectual la sensiblería, la emocionalidad, está mal vista, es inocentona. Ya no es tiempo para sentir y andar flotando entre emociones como una jovencita naive de una película norteamericana.

Sentir. ¿Es tiempo para romanticismos? Estoy empezando a leer Las horas, de Michael Cunningham. Me retrotrae a lo que me identifica con la Woolf. Esa sinestesia permanente que fuera objeto de hueveo entre mis amigos, y ese amar la realidad que hace querer traducirla. Entonces a la pregunta la respuesta es Pareciera que sí. El acto literario tiene imperativamente que ser un acto de amor, de generosidad, de darse y de recibir. De otra forma la obra se vuelve no más que un hurgueteo en el ombligo. O tal vez no sea nada más distinto que un hurgueteo en el ombligo.

Ahora solo tengo tiempo para meter las emociones bajo la alfombra. Y es tanto polvo que me he puesto cobardica y no me he metido a limpiar. Da un poco de miedo, están a punto de estallar. Debajo de la alfombra está el bicho.

Tengo que explorar en el bicho. Se mantiene alojado en mi tráquea, en mis manos. Y chupa. Es un hoyo negro. No debo olvidar que según Hawkins los agujeros negros de cuando en cuando liberan energía. El hondo no puede seguir para siempre. Por lo menos la lectura ha vuelto. En la medida de lo posible. Siempre de lo posible.

De aquí sale una lista de cosas que cambiar:



1. Escuchar. Todo tiene que decir.
2. Let it flow. Suena mula, pero es verdad.
3. Leer cada vez que pueda. Incluso Elric puede servir si se lee con el corazón. A veces creo que esto de la literatura menor o de entretención tiene más que ver con el receptor que con la obra. He aprendido muchas lecciones de cómics de superhéroes.
4. Escribir. Creo que más personas que solo Rene leen este blog. De ahí que esta nota personal salga publicada. Desnudo en el tejado, como viene.

4 comentarios:

  1. Buen artículo. Gracias por la mención. Pero creo que más bien soy (casi) el único que comenta. Tal vez al lector, también le falte escribir.

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  2. César I4:31 p. m.

    Has pensado por un rato abandonar la pluma y coger un pincel o una cámara...
    Hay cosas que nuestros coladores mentales no permiten contar, pero son capaces de encontrar la salida, otorgales más vías de expresión...
    Por último, vuelve al lápiz grafito, y cuando te guste, lo repasas con tinta, como tantas veces ya lo hiciste...

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  3. Anónimo7:38 p. m.

    Qué bueno saber que tienes un blog. Gracias por escribir, te voy a seguir leyendo. Acá está mi clave: "Debajo de la alfombra está el bicho."

    Un abrazo!

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  4. César, eso es algo que he pensado más de una vez, y está en camino. De hecho, tengo pensado algo para niños que va por ese lado. Y don croquis, gracias a usted por escribir, tu blog ha resultado interesante. A todo esto, vuelve pronto?

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