miércoles, julio 23, 2008

In vitro



Con algo de tiempo libre entré a la Biblioteca Nacional a mirar la exposición de Lukó De Rokha, pero inmediatamente fui capturado por otro objeto que se halla plantado en medio del salón de exposiciones de la Biblioteca: la Sala Bicentenario. De lado quedaron los cuadros (salvo Torero, que me mantuvo un rato atraído) y las imágenes oníricas de la hija del poeta.
No sé si será el contexto o es que el diseño es un objeto de arte en sí; pero sí es claro que el discurso que pareciera soportar(me) resultó un tanto espeluznante: un gran rectángulo de vidrio, inscrito con versos de poetas chilenos, rodeando mesones de lectura, sillones, computadores conectados a internet, y lectores. [ver aquí]
Los lectores (digitales, casuales, estudiantes, etc) son materia expuesta, descontextualizados, animales en extinción, objetos de una galería (mediatizados sin duda por estar en medio de una sala de exposición). Inmediatamente resulta interesante de contemplar y recorrer: una chica sentada en un mantra hueco contemplando a un hombre encerrado entre sus audífonos y su notebook, estudiantes pololeando su futura prueba, otro buscando direcciones en un mapa, ajeno al hábito público de inquirir en las esquinas. Todos en una jaula de cristal y versos, dispuestos para la contemplación.
¿Cuál habrá sido el gesto del "equipo multidisciplinario, formado por arquitectos, constructores civiles, ingenieros acústicos e iluminadores", que creó el lugar? ¿Un espacio público que es una reflexión en sí mismo? Si es así, ¿cuál es la pregunta que plantea? ¿El estatus del soporte de la lectura y la desacralización del objeto libro? ¿Tan ajenos se han vuelto ciertos gestos, o más bien ciertas actitudes frente al objeto/concepto "lectura", que ahora cuelga en la sala de museo, cuando no está vinculado con el consumo y el paso del tiempo? Como reflexión resulta interesante y motivadora, en términos del papel del libro y la lectura, y al mismo tiempo inquietante, como sólo el discurso lo puede ser.