¿Qué hacer ante la miseria?
Otra vez en un Mac. Es un deporte del hambre y el crédito.
Una pareja en su cita. En serio, deberías salir en un comercial, le dijo. Porque esa es su belleza perfecta, y lo era. Ya lo hice, respondió. Dónde puedo conseguirlo. Se sonríen. Se besan. Ante una ventana: arcos dorados, todo hacia un punto de fuga, la luz del sol al final de una brillante perspectiva. Se besan.
Mientras, un niño mugroso deambula con un papel roñoso, sucio, pobre. Vendo una rifa, me compra una. No hay premios, ni direcciones, ni logos: hay mugre. Pasa entre las mesas, y lo miran con desprecio, lo rechazan. Se detiene ante mí, con esa fracción de esperanza porfiada antes del rechazo. Y le sonrío. Sus ojos brillan. ¿Qué quieres? Vendo una rifa. ¿Cuánto? A ver. No me alcanza, compadre. Lo siento. De verdad no alcanzaba. Un par de monedas sueltas que no daban el ancho. El niño ni se inmuta. Media vuelta y a otras mesas. Lo ignoran. El consuelo cristiano de al menos haberlo tratado como persona impide la pena. El niño deambula.
La pregunta es cuánto te puedes conmover, o cuánto te
debes conmover.
Y está esa chica, la del otro lado del Mac, y escribe. Quizás porque escribe también parece guapa, aunque sea un tanto masculina. Sus ojos azules se abren, y mira la ausencia. Sus ojos se abren a un mundo más grande. Y ve. Ve apoyando su mejilla en la mano, inclina un tanto el cuello, y contempla. Nada. Más allá. Lo apunta. El niño ni consigue vender la rifa falsa ni escamotear unas papas sueltas. Una pareja de visitadores médicos se las niega.
La chica que escribe lo llama, ven, cuál es tu nombre (
el nombre), qué vendes, busca en sus bolsillos y no encuentra las monedas, y le sonríe con pesar. No hay. Y el niño se mueve entre las mesas del desdén, de las bocas incorporando su bigmac. Y los ojos azules, masculinos, le miran marcharse (le miro marcharse), miran dentro, escriben. Yo me refugio en la novela (Baricco, para variar, ahora
Sin Sangre, qué bien escribe el bendito desgraciado): cien metros planos a un despeñadero (9 s.)
Al rato, una madre. De nuevo morenos de mugre (disimulada con el lavado antes de salir, la señora le deja un bañito pequeño, cerca del lavadero, pero no alcanza). El niño abre su boca grande para que entre la papa frita lacia, rrande mama, rrande, sí, mijo, le roba una que
otra papa, se las baña en ketchup, qué mono te tocó (no se lo hicieron elegir, esporádicos, comprando sólo papas, bebida, y un mono a granel, qué señora, dijeron), y el niño columpia sus pies en la silla, los zapatitos que se le caen de grandes, un poco de moco seco alrededor de su nariz, otra papa lacia, el ketchup que se alía con la mugre, vamos, apúrate que vamos a llegar tarde y no vamos a alcanzar a ver al papi, al papi, papi, mamá le vamos a llevar papitas rritas al papi, sí, déjale, vamos, que vamos a llegar tarde, vamos, que la micro viene llena y el viaje es largo, largo, largo mami? largo?
Una niña vende llaveros. Tampoco me alcanza. Pero el otro niño me alecciona y le doy las que tengo encima. La niña me pide bebida. Se ha acabado. Saco de mi mochila agua mineral y le convido. La niña sonríe. Es un poco de agua. Esa garganta se debe haber calmado un poco. Le brillan los ojos mientras toma el vaso rrrande con las dos manitas. Atrás, una familia bien constituida, con niños mañosos de malos modales, nos mira. La foto fue subterfugial, no quise invadir a la niñita. Pero resultó terriblemente decidora. Iluminaciones profanas. Fotos desde la guata:
Vale más que mil palabras.
Así que hay que ver lírica. Leamos poesía entonces.
Y fui abriéndoles un poema (malo, luego no tanto: Bertoni, ya citado en este blog). Un hombre solo, va en dirección opuesta a una beldad. Choca con un poste. Vuelta a la realidad (prolepsis).
Cuánto te puedes conmover. ¿Pero esto entra en la PSU? ¿Lo preguntan? ¿Sirve?
Qué?
Es un hombre solo, miserable, que no puede conseguir su objeto de deseo porque andan en direcciones opuestas. ¿y?
Hay que vivir, tres cuotas faltan para pagar la vida, a ver si nos levantan la hipoteca alguna vez
¿y?
¿y?
Los cerezos. Piensa en los cerezos.