miércoles, mayo 12, 2010

Adiós al ídolo, adiós al tiempo.


Vuelvo a escribir a propósito de la más absoluta y aparente banalidad. Ayer se realizó en Santiago la despedida de José Luis Sierra, capitán y referente de Unión Española. Fui al estadio para gozar por última vez en cancha de la magia del Coto, sus pases largos (como el maravilloso que coronó Marcelo Salas en Wembley, hace ya doce años), cambios de juego, distribución parsimoniosa y elegante como ya no se ven, y por supuesto sus tiros libres imposibles de atajar (como el tan manido ante Camerún en el Mundial de Francia). ¿Acto de fanatismo? Absolutamente. José Luis Sierra Pando y Jaime Pizarro fueron mis únicos ídolos deportivos, y valía la pena el homenaje (¿Zamorano? no, el empuje y las ganas no son suficientes. ¿Salas? Técnica exquisita, pero algo no me encajaba en su actitud. ¿Rambo Ramírez? tal vez, pero su comportamiento en la cancha no siempre me pareció honroso. La lista podría continuar.).
Entre la neblina aposada en Santa Laura, veía como el suave galanteo entre la pelota y los jugadores se llevaba los últimos minutos "de corto" del Coto. Pero también veía cómo entre los pies de mi ídolo se iba toda una etapa, más de quince años de mi vida. Los cambios de frente me llevaban de una escena a otra, admirados de su visión de cancha, con mi padre compartiendo sobre la cama un partido de Chile; cada tiro libre, hacia el grito de cientos de gargantas en el colegio, cuando suspendieron las clases para Chile-Camerún; la moderación que siempre tratamos de seguir como ejemplo familiar, y que Sierra llevaba en su juego, la mesura en las palabras y el trato, exquisito con el balón y con sus compañeros. Veía en los ojos serenos del Coto el profesionalismo al aguantar las malas rachas en nuestro equipo de amores, y el goce del triunfo con el campeonato 2005. El mismo tesón y profesionalismo con que fuimos con mi padre al partido con Ecuador en esas Clasificatorias, que aguantó enfermo solo por verme feliz y compartir esa alegría conmigo; el mismo que llevó don Fidel en su enfermedad y sus últimos días. Recordaba cuántas veces en esa butaca de Andes el grito de gol, de ira o de aliento se había llevado consigo las rabias, frustraciones, cansancios, problemas, entremedio del pasto y el cigarro. Los comentarios con mi padre ya en el hospital sobre los avatares de partidos que él no hubiese visto, pues no compartíamos el club, pero sí el amor por el juego elegante e inteligente... 
Anoche se despedía el titiritero, el 10, el creador del mundo narrado del fútbol, de la mímesis de tantas personas, que luego de la catarsis futbolera volvían a poner el hombro a tanta adversidad. Y se iba también parte mía, gestos y olores que no volverían a jugar, sino como aroma perdido entre un álbum de fotos, una novela releída, un documental ocasional.
Gracias por traer de a 90 minutos fragmentos de mi memoria emotiva. Gracias por el fútbol, Capitán.