miércoles, marzo 17, 2010

A veces las novelas de fantasía hacen buenos diagnósticos...

Los Vadhagh vivían en grupos familiares que ocupaban castillos aislados, dispersos por todo un continente llamado por ellos Bro-an-Vadhagh. Apenas había ninguna comunicación entre aquellas familias, pues habían perdido tiempo atrás el impulso de viajar. Los Nhadragh vivían en sus ciudades, construidas en las islas de los mares del noroeste de Bro-an-Vadhagh. También ellos mantenían pocos contactos, ni siquiera con sus parientes más cercanos. Y ambas razas se consideraban invulnerables. Ambas estaban equivocadas.

2. El Hombre, recién llegado, comenzaba a multiplicarse y extenderse como peste por el mundo. Una peste que atacaba a las razas antiguas en donde las encontraba. Y no sólo era muerte lo que llevaba consigo el Hombre, sino también terror. Deliberadamente, redujo el mundo antiguo a ruinas y huesos. Inconscientemente, provocó un desorden psíquico y sobrenatural de tal magnitud que incluso los Grandes Dioses Antiguos no lo comprendieron.

3. Y los Grandes Dioses Antiguos empezaron a conocer el Miedo.

4. Y el Hombre, el esclavo del miedo, orgulloso en su ignorancia, continuó su progreso a tropezones. Era ciego ante los grandes cataclismos levantados por sus ambiciones aparentemente insignificantes. De hecho, el Hombre era deficiente en sensibilidad, no percibía la multitud de dimensiones que llenaban el Universo, cada Plano en intersección con varios otros. No era el caso de los Vadhagh o de los Nhadragh, que habían sabido moverse libremente entre las dimensiones que ellos denominaban los Cinco Planos. Habían observado y comprendido la naturaleza de los muchos Planos, además de los Cinco a través de los cuales se movía la Tierra.

5. Parecía, por tanto, una terrible injusticia que aquellas sabias razas perecieran a manos de criaturas que aún eran poco más que animales. Era como si los buitres se dieran un festín y se pelearan sobre el cuerpo paralizado de un joven poeta que sólo pudiera mirarlos con ojos confusos mientras ellos le robaban lentamente una existencia exquisita que nunca podrían apreciar, que nunca sabrían que estaban arrancando.”

Michael Moorcock, Corum, el caballero de las espadas (fragmento)