lunes, agosto 31, 2009

Literatosis

Hoy me iba a sentir un Balzac: escribiría una línea. Pero después me acordé de Monterroso, de que yo soy otro, y...

miércoles, agosto 26, 2009

Del por qué algunos hombres se comen las uñas


En el principio no había razones para matar. Cuando las hubo, los asesinos cargaron con el hecho de tener las manos manchadas con sangre. Y trataban de ocultarlo, inquietos por el remordimiento. De aquello surgió la noble disciplina de lavarse las manos, llegando a ser el aguamanil importantísimo, tanto en cenas reales como en meriendas de venta. De tan practicantes y asiduos a la higiene, muchos asesinos conseguían una muerte honorable, con la conciencia tranquila y las manos impolutas.

Pero la culpa es inmortal: al volver a la vida, se muerden las uñas.

viernes, agosto 14, 2009

Los desamparados II: la cuentacuentos (ayudamemoria)


Se sube a la micro por una de las puertas de atrás. Avanza entre la gente, entre el escándalo de ser tocado por otro. Por fin se hace de un lugar, un vacío cerca de una de las puertas. Y se cuelga de uno de los pasamanos. Yo apenas me he dado cuenta de lo que pasa: voy encerrado entre un libro y los audífonos. Pero entre los silencios de la música me llega un rumor. La mujer algo está voceando. Cuentos.
Los hombres tienen pene, y las mujeres, pena. Fin. Algunas señoras se revuelven incómodas en los asientos, otras miran por la ventana. Los hombres la enfocan con enojo o risa. Ella se disculpa por si causó alguna incomodidad, pero es como piensa. Y continúa con sus microhistorias. Tristes, las historias.
Mientras habla las personas chacharean entre sí. Los lectores leen sobre sí. Los demás no escuchan, pegados en el devenir de los carteles por las ventanas. La cuentacuentos habla, y su voz está cada vez más metalizada, y ella más pequeña. Ya no la veo entre la gente, y apenas me llega su voz. … deben ser contadas... mi trabajo... historias... personas... olvido. Hace rato que nadie le pone atención. El farfulleo sentado sobre la cuentista la desapareció. Lo último que escuché fue sobre Zola Sierra. Y su decepción ante las escasas monedas que cayeron en su mano. Y una imprecación silenciosa al suelo cuando el bus desperdigó sus papeles por el suelo, en plena calle, frente al hospital Salvador, al bajarse.